Hoy comenzamos las sesiones teóricas de la asignatura de Didáctica de la Lengua en 3º del Grado de Educación Primaria, y para reflexionar sobre la lengua y las lenguas, vamos a trabajar con este artículo de Agustín García Calvo... que da para mucho...
A ver qué les parece a los estudiantes
La
lengua, señores...
Agustin García Calvo
Catedrático emérito de
Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid
Artículo publicado el 2 JUL 2008 en El País
Señores: la lengua no es
de nadie; esa máquina de maravillosa complejidad que ustedes mismos
usan, "con la cual suele el pueblo fablar a su vezino", no
es de nadie; no ya la lengua común, que no aparece en la realidad
más que como lenguas de Babel, pero ni siquiera una de esas lenguas
o idiomas es de nadie, y no hay académico ni emperador que pueda
mandar en su maquinaria, ni cambiar por decreto ni la más menuda
regla, por ejemplo, de oposiciones entre fonemas y neutralización
combinatoria de oposiciones que en ella rijan.
La escritura, la cultura,
la organización gubernativa, la escolar, las leyes, las opiniones,
ésas sí que tienen dueño; y el dueño es el de siempre: el jefe,
sus secretarios, sus sacerdotes, la persona que se cree que sabe lo
que dice.
Y ésos ya se sabe lo que
quieren o necesitan: quieren ordenar el mundo, el mapa, las
poblaciones; es el juego terrible de niños grandes, malcriados y
simplones, que ha venido arrasando tierras y torturando gentes desde
el comienzo de la Historia, en nombre del Ideal; y así siguen
queriendo, por ejemplo, que España sea una, que los Estados Unidos
sean uno, que Cataluña sea una, que Euskal Herria o Galicia sean una
cada una... Da lo mismo: el caso es someter al ideal a todos, dentro
de las fronteras que les toquen: que todos sean uno.
Por medio de la escritura
y de la escuela, el Poder ha utilizado una y otra vez las lenguas o
idiomas para ese fin: tomando en bloque una variedad simplificada del
idioma correspondiente, y sin entrar para nada a la maquinaria de la
lengua, ha logrado por ley (pero siempre a través de la escuela y la
escritura) imponer hasta cierto punto un idioma uniforme dentro de
las lindes que los avatares de la Historia le hayan repartido a esa
forma de Poder; así impuso Roma en el vasto territorio del Imperio
la unidad lingüística, para apenas un par de siglos, mientras los
pueblos volvían a hacer de las suyas y deshacían el latín en
dialectos innumerables; y hazañas parecidas se han dado luego, en
territorios más o menos amplios, como, por ejemplo, la conversión
del hebreo, una lengua muerta, en idioma, relativamente uniforme, del
Estado de Israel.
En aquello que iba siendo
Europa hace unos ocho siglos, los hombres cultos, que hablaban
diferentes idiomas o dialectos como lengua cotidiana, trataron de
mantener, y mantuvieron durante unos cinco siglos, una lengua común,
el latín resucitado por escrito, no sólo para las disputas
escolares y científicas, sino también para los tratos
internacionales. Pero ya, entre tanto, los Estados modernos, el
Español, el Francés, el Inglés, se habían establecido, y
preferían volver a repetir, cada cual en su ámbito propio, la
empresa del Imperio: la unificación de los varios idiomas y
dialectos bajo el mismo ideal; una lengua una para el Estado uno; y
en la misma idea les han seguido todas las naciones de cuño estatal,
chiquitas o mayores, que tratan de dividirse el mapamundi.
Cierto que el que una
lengua, relativamente uniforme, ocupe vastos espacios, tiene sus
ventajas, no sólo para los trámites comerciales y administrativos,
sino para que, por ejemplo, esta andanada contra los tratantes de
lenguas le llegue a más gente que si la escribiera en sayagués;
pero la cuenta de lo que con eso gana la denuncia de la mentira en
contra de lo que gana la difusión de la mentira, ¿quién, señores,
me ayudará a echar esa cuenta?
En fin, lo que el Poder,
nacional, autonómico, universal, quiere hacer con las lenguas y la
gente, eso cualquiera, si se deja sentir, lo sabe. Algo de vergüenza
da que hombres doctos y esclarecidos confundan en un trance como éste
los manejos unificatorios de una u otra administración con la
máquina, desconocida y libre, de la lengua. Pero tampoco eso debe
extrañarnos demasiado, sabiendo y sufriendo, como sufrimos, lo que
es la condición de la Cultura y la de la Persona.
Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mío.
Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mío.
Bueno te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mío.
Alto te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mío.
Blanco te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mío.
Pero no mío
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
No, no, no, no, no,
no mío.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no,
ni tuyo.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no, no,
no mío.
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mío.
Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mío.
Bueno te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mío.
Alto te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mío.
Blanco te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mío.
Pero no mío
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
No, no, no, no, no,
no mío.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no,
ni tuyo.
No, no, no, no, no,
no, no, no, no, no,
no mío.
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